¿ Y porque Guayana ?
Más de uno me ha preguntado este año, bastante perplejo todo hay que decirlo, porque había escogido un sitio tan desconocido y alejado de los circuitos turísticos como la Guayana Francesa para irme de vacaciones. La respuesta podría ser similar a la que en su momento dio el famoso montañero Mallory, enigmáticamente fallecido, cuando le preguntaron porque escalaba montañas, él simplemente contesto, porque están ahí.
Bueno, obviamente la Guyana también esta ahí. Exactamente en el sur del continente americano, a mas de 7000 kilómetros de distancia de España y lo que es peor a un montón de interminables y aburridas horas de avión. Este minúsculo territorio, cuyo pomposo nombre oficial es Departamento de Ultramar francés, hace frontera con el gigantesco Brasil y con el diminuto Surinam..
Desde muy joven este extraño lugar, la Guyana, me cautivo. El culpable fue sin duda el libro Papillon, escrito en 1.969 de forma autobiográfica por el francés Henry Charriere y posteriormente llevado al cine e interpretado por Steve Mc Queen y Dustin Hoffman. Las aventuras narradas por el autor y sus ansias por escapar del durísimo penal situado en la Guayana donde fue enviado me hechizaron años atrás. Cada línea leída me transportaba por las peligrosas selvas repleta de mil aventuras. La imaginación me robaba horas de sueño cada noche. Poco podía imaginarme entonces que años mas tarde, yo mismo recorrería las intrincadas selvas guayanesas, aunque eso si, de forma mucho mas tranquila y segura que mi querido y sufrido Papillon
Para empezar, y no crear falsas expectativas a futuros viajeros interesados en este extraño destino, diré que la Guayana no es un lugar barato, al contrario, los precios son a menudo mas caros que en la metrópoli, es decir Francia. Este inconveniente no deberá desanimar a nadie de emprender la aventura pues una vez superado este nada despreciable escollo se encuentra uno en un lugar realmente fascinante. Ni mas ni menos que 75.000 km2 de SELVA EN ESTADO PURO con mas de 5.500 especies vegetales diferentes, mas de un millar de árboles catalogados, 700 tipos de pájaros, 430 de peces, 109 de anfibios y un largo y abrumador etc.
Pero poder observar todo esto en un lugar donde hay escasos kilómetros de carretera la tarea no resulta nada fácil. La mejor y casi única alternativa para introducirnos en la selva es navegar por sus intrincados y laberínticos ríos rodeados de un verde y salvaje bosque tropical. Sobrevolar este frondoso territorio tampoco es mala idea, sobre todo para hacernos una idea fidedigna de ante que inmensidad nos encontramos. Desde el aire la vista es sobrecogedora, nada ha cambiado en este lugar desde hace siglos. La selva sigue siendo un territorio casi impenetrable.
Seguro que a muchos de los que estáis leyendo estas líneas os encantaran los mapas, así que si me permitís y sin que esto pretenda ser de ninguna manera una clase de geografía observaremos que la Guayana Francesa hace frontera hacia el oeste de su territorio con la antigua Guayana Holandesa, un pequeño país declarado independiente de la corona holandesa y bautizado como Surinam.
Las fronteras en muchos territorios selváticos se trazan con regla, compás y líneas caprichosamente rectas, en este caso la naturaleza ha facilitado las cosas y los dos territorios están perfectamente delimitados y separados por un río, el Maroni, cuya travesía es sin duda una de las aventuras mas interesantes que se pueden realizar en este sorprendente y casi inexpugnable paisaje.
Mi amigo Sergi, compañero de fatigas y de muchas risas, que no todo iban a ser sufrimientos, me acompaño en este periplo. Tras unos primeros días en Cayenne, la capital de la Guyana Francesa, donde nos entretuvimos el tiempo necesario para solucionar temas burocráticos y de visados, abandonamos las calles y los edificios de curiosa arquitectura colonial francesa para dirigirnos hasta Saint Laurent de Maroni, la verdadera puerta de entrada al río.
El camino, aunque trascurre a través de una carretera asfaltada, no olvidemos que estamos en territorio francés, nos va mostrando la frondosidad del territorio que pretendemos atravesar. La temperatura no puede engañarnos aunque quisiera. Nuestro cuerpo todavía no esta plenamente acostumbrado a este calor bochornoso y pegajoso de los trópicos, por muchos gendarmes franceses que encontremos y en cuyos controles nos tengamos que detener para mostrarles nuestra documentación en regla sabemos que nos hayamos en un lugar muy alejado de la Francia europea. Finalmente, tras aproximadamente cuatro horas de coche, llegamos a Saint Laurent de Moroni.
Como ya tenemos casi todo negociado con anterioridad a nuestra llegada nos dirigimos al río donde ya nos estará esperando nuestra embarcación. Todo esta listo y preparado para enfrentarnos a los próximos días de navegación y remontar el rió hasta Maripasoula, donde acabara necesariamente nuestro periplo fluvial. Al sur de este lugar es imposible navegar ya que es necesario disponer de un permiso especial, que difícilmente conceden las autoridades de la Prefectura local francesa. Nos hayamos muy próximos a la denominada “ zona prohibida “, extenso territorio que tan solo es accesible a la población indígena autóctona, los amerindios, en un intento de preservarlos de la “dañina y peligrosa ” influencia de los blancos. Al menos eso nos contaron a nosotros, si otros intereses se esconden detrás de este generoso gesto lo desconozco.
Pero volvamos al río e iniciemos nuestro lento viaje acuático. Nuestra embarcaron es una larga piragua de madera construida de forma totalmente artesanal. Unos pequeños tablones serán nuestros asientos durante las innumerables horas que pasaremos surcando las marrones aguas del Maroni. Debidamente protegido en bidones y contenedores llevamos alimentos, combustible, hamacas y todo lo necesario para pasar estos excitantes días. Enseguida conocimos a Guille, un excelente timonel, hombre de pocas palabras pero de rostro tierno y agradable. Era un experto navegante y conocía cada metro del río, cada remolino, cada piedra. En todos sus viajes le acompañaba su hermano, mucho mas joven y que hacia las funciones de ayudante. En cada instante sabía lo que tenia que hacer, iba sentado en la parte delantera de la embarcación oteando las obscuras aguas del río para observar e indicar con un ligero gesto de su mano si Gille debía corregir la trayectoria para no chocar con algún tronco de árbol que flotando a la deriva podría hacernos volcar.
Cualquier viaje por la selva, al menos esa es mi experiencia, nunca se puede definir como un viaje placentero. El calor, las lluvias, los mosquitos, la ropa a menudo empapada en sudor etc se encargan de recordarnos a cada instante que nos encontramos en un territorio hostil al hombre y mucho mas a los visitantes ocasionales como eramos nosotros. De todas formas siempre habrá agradables momentos, y esos son con los que finalmente se trae uno en la memoria. El sufrimiento y los malos ratos se olvidan y siempre quedan ganas de volver una y otra vez a lo que algún insigne escritor describió como “ el infierno verde “.
A modo de ligeras pinceladas vaya alguno de esos inolvidables momentos vividos en el río Maroni.
Pasear machete en mano por el interior de la selva acompañado de un experto conocedor de las plantas y animales de la selva.
Observar paso a paso y gracias a sus excelentes explicaciones como la selva es capaz de aprovisionarnos de todo lo que podamos necesitar. Ante nuestros ojos desfilaban desde plantas medicinales para curar y cicatrizar heridas hasta largos juncos con agua potable en su interior que nos ayudaban a reponer fuerzas. Todo estaba a nuestro alcance como si de un gigantesco supermercado se tratara.
Disfrutar de los innumerables sonidos de la selva por la noche dándonos cuenta que aunque no la viéramos la vida y también la muerte estaba ahí a nuestro lado. Los monos, las ranas y un montón de sonidos primitivos inundan esas horas de aparente tranquilidad.
Navegar lentamente a remo por los innumerables y pequeños brazos del río, la quietud de esos instantes es de los pocos momentos realmente placenteros, el tiempo parece detenerse.Los baños que nos dimos en pequeñas pozas que se forman en algunos lugares.Observar las estrellas placidamente tumbado tras una sencilla pero exquisita cena. En fin que todos los días, y aunque aparentemente discurrían con monotonía, siempre nos tenían reservada alguna sorpresa. El viaje por el río finalizo el día pactado. A partir de ese momento ya solo nos quedaba regresar de nuevo a nuestro punto de partida sobrevolando la tupida selva hasta Cayenne.
Todavía nos quedaba por delante asistir desde Kourou, localidad donde se enc
Fotos del viaje por Jose Luis Angulo
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