Reportajes Club Marco Polo 2008: tercer premio
Presentamos el tercer premio de reportajes del pasado año 2008 que nos envió Toni Guiral
LA TIERRA DE REFLEJO TURQUESA
Viajar nos regala maravillas para todos los sentidos. Vista, oído, olfato, gusto y tacto se combinan en una deliciosa receta capaz de satisfacer nuestras ansias de conocer más y más.
Uzbekistán, país “nuevo” y desconocido para muchos, no deja indiferente. En medio de una región semi-virgen de los efectos del turismo, emerge una tierra llena de contrastes. Los desiertos se funden con campos de algodón. Sus habitantes, lo más parecido a la construcción de la torre de Babel y, por donde quiera que uno vaya, un reflejo turquesa: cúpulas que proyectan en el aire la embriaguez de un pasado glorioso, dejando una sensación de lento despertar en su camino.
Samarcanda, Bukhara o La Ruta de la Seda, son nombres que nos llevan a pensar en caravanas de camellos, riquezas y ciudades insuperables. Hoy los camellos dejan paso a modernos coches coreanos que siguen pacientemente los mismos trayectos, con la comodidad de un mejor asiento y la misma incertidumbre de cuán largo será el camino. Las míticas ciudades han dejado paso forzoso a medianas urbes, las cuales mantienen un encanto intacto, a pesar de los terremotos y las guerras de tiempos pasados.
Es difícil escoger un tema a destacar, ya que la mezcla es compleja y sencilla a la vez. Las etnias parecen estar destinadas a entenderse: persas, mogoles, turcos y rusos dejaron su huella en el camino, aportando cada uno un pedazo de historia viva. La religión, el idioma, las costumbres, y la arquitectura han absorbido pedazos de lo que actualmente podemos calificar en nuestra sociedad como un rompecabezas complejo. El patrón social occidental se rompe allí, a caballo entre oriente y occidente. La simbiosis de los términos provoca un efecto mágico, casi de imán.
Y por encima de todo, sus gentes. Sonrisas doradas, en un país donde el sol aún marca el ritmo de la vida. No es posible caer en los tópicos de belleza, infinidad de enigmáticos ojos grises se cruzan con dentaduras enteras de oro, símbolo de belleza y poder. Sin embargo existe un denominador común, la amabilidad y hospitalidad, el dar sin esperar nada a cambio, valor preciado en peligro de extinción.
Un país que se reconstruye a diario. Desde hace algunas décadas se están llevando a cabo proyectos para restaurar el enorme patrimonio. Los grandes focos se llevan la mejor parte. Podemos disfrutar del Registán, en Samarcanda, de la infinidad de medersas en Bukhara o de la ciudad museo de Khiva. El cómo se han establecido estas restauraciones ya supone un foro aparte. Nos quedamos con aquellas fotos en sepia de principios del siglo XX, donde veíamos ciudades arrasadas y lo que nuestra vista contempla ahora, un espectáculo capaz de dejar con la boca abierta.
Caminar por pasillos y patios de mezquitas donde los grandes pensadores vagaban con sus ideas hace más de quinientos años, intentando encontrar pasos perdidos que nos guíen hacia la tolerancia. Tocar el ladrillo de los minaretes, desafiantes obras de ingeniería. Sentir los olores de los mercados de especies y abastos. Saborear su cocina, con marcado acento ruso. Escuchar el sonido del laúd y las cimitarras en los patios, ensombreciendo el cantar de bandadas de pájaros a media tarde…y ver, contemplar a cada minuto del día como el paisaje cambiante nos ofrece un abanico de colores, los tostados de Bukhara y Khiva, el dorado de las estepas y los desiertos, el verde de los campos de cultivo, y por encima de todo, el turquesa, incapaz de desprenderse de nuestras retinas.
Encontré turquesas en una ruta milenaria, como un cuento en el que un peregrino las hubiera dejado en cada ciudad por donde pasaba, para que nosotros las podamos contemplar, disfrutar y respetar.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir